Por los pueblos de la arquitectura negra

Al ver esta nueva entrada, podríais pensar que todos los fines de semana me hago una escapada, bien me gustaría que fuese así, pero nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que tengo varias escapadas guardadas en el tintero o mejor aún, anotadas en mi Moleskine (útil compañera de viajes).

Llevábamos tiempo preparando esta escapada, e incluso habíamos hecho un reconocimiento previo para matizar algún detalle. Ya teníamos el fin de semana escogido y a medida que se acercaban las fechas, nuestro temor iba en aumento pues la meteorología no se decidía a acompañarnos. Sin embargo, al final la suerte nos sonrió, pues creo que fue el único fin de semana de abril que ha hecho bueno.

Rafa nos esperaba ultimando detalles en la CR La Pizarra Negra elegida en esta ocasión para nuestro fin de semana. Nos facilitó todo tipo de información sobre la zona y sus útiles consejos sirvieron para ajustar nuestros planes.

  


Poco a poco fueron llegando el resto del grupo y acomodándose en las habitaciones con sugerentes nombres de la toponimia de la zona. Pico del Lobo, Sonsaz, Tejera Negra u Ocejón. 

Esa primera tarde, nos acercamos a Robleluengo, pequeña pedanía de Campillo de Ranas y al propio Campillo de Ranas. En ambos lugares empezamos a disfrutar de esta peculiar arquitectura, que recibe su nombre debido al color negro predominante de la pizarra, aunque también se aprecian tonos violetas, azulados e incluso plateados.

Con la caída del sol, caen también las temperaturas y aunque no llega a hacer frio, uno se encuentra mas a gusto al calor del hogar con una copa de vino preparando las viandas para la cena.

El sábado, iniciamos nuestra andadura en la muralla china, pero no la que discurre desde Corea al desierto del Gobi, sino la que serpentea para cruzar el cañón del Jaramilla. Esta pista de curvas cerradas y pronunciadas pendientes, hecha de cemento estriado para evitar los resbalones invernales, parece ciertamente un pedacito de la Gran Muralla trasladada a Guadalajara.


           


Tras unos cuantos disparos de mi Nikon, nos dirigimos a Roblelacasa para desde ahí iniciar una pequeña ruta hasta las pozas del Aljibe. El día nos acompaña, no hace demasiado calor y el azul intenso del cielo contrasta y realza los verdes de la vegetación y los pardos de la pizarra. A medida que te alejas del pueblo, este se va fundiendo con el paisaje hasta quedar completamente mimetizado. Entre jaras y robles y con el rumor del agua acompañándonos, nos acercamos a nuestro destino. Las Pozas o cascadas del Aljibe, se han formado en la confluencia del Arroyo del Pozo y el Jarama y con las lluvias de este año su aspecto es espectacular. La vista es mejor desde la otra orilla, pero el acceso es también más complicado.

El camino de vuelta se hace algo más duro, el calor empieza a apretar y las pendientes parecen más pronunciadas, aunque quizá sea porque ahora son cuesta arriba. Al final, ya casi llegando a Roblelacasa, unas cuantas vacas negras, como no podía ser menos, nos cierran el paso y aunque tienen más miedo que nosotros miran desafiantes e imponen respeto.

           


La excursión termina de nuevo en Campillejo, pero no en la casa sino dando buena cuenta de un estupendo cabrito en el restaurante de Maribel Los Manzanos,

La tarde, después de una buena siesta reparadora la dedicamos a pasear por Majaelrayo, tratando de encontrar la casita donde Jesús Garcia Velasco, el abuelo de Majaelrayo, se convirtió en famoso gracias a un anuncio de vehículos todo terreno con su inolvidable ¿Y el Madrid qué, otra vez campeón de Europa?

Para el domingo elegimos otro de los pueblos de la comarca al que accedemos por una pintoresca carretera cargada de color, Valverde de los Arroyos. Después de deambular por sus calles y encargar el pan para la comida, nos encaminamos a la Chorrera de despeñaelagua. Es domingo, hace buen tiempo, el paisaje es gratificante y la oferta culinaria amplia, para colmo, estamos a apenas una hora y media de Madrid. La conclusión a todo esto es que la senda hasta las chorreras se convierte en un interminable gusano de personas, en una lenta procesión de excursionistas, en un ir y venir de penitentes que a menudo tienen que cederse el paso debido a la estrechez de la senda. Al final el espectáculo merece la pena aunque haya que contemplar la caída del agua hombro con hombro con el resto de caminantes.

Cerramos nuestra escapada de fin de semana con una suculenta barbacoa en la Casa Rural planeando cual será nuestro próximo destino. Lástima que la piscina no esté aun en uso, aunque de estarlo igual no hubiéramos vuelto a casa.

              

Un abrazo y hasta la próxima.


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